Este mes de julio de 2024 se cumplen 40 años de la polémica restauración de Las Meninas de Diego Velázquez (Sevilla, 1599 – Madrid, 1660), a manos de John Brealey, británico y director del gabinete de restauración del Metropolitan Museum de Nueva York.
Fue precisamente la nacionalidad del restaurador lo que levantó una polvareda mediática sin paragón, la cual acaparó durante semanas las portadas de todos los periódicos de España. La decisión de la dirección del Museo del Prado, entonces ostentada por Alfonso Pérez Sánchez, de que la restauración de la infanta Margarita y su séquito la hiciera un extranjero desató una controversia impresionante que trascendió más allá de lo artístico, para convertirse casi en una cuestión de Estado.
Javier Solana, ministro de Cultura del Gobierno de Felipe González cuando se decide restaurar esta obra cumbre del arte español, explica la reveladora conversación que tuvo el presidente socialista con respecto a la intervención de Las Meninas. «Todo el mundo sabía que el cuadro requería al menos una limpieza. Pero nadie tomaba la decisión, nadie sabía cómo hacerlo, ni tampoco cómo abordarlo. Nadie se atrevía a tocarlas», expresa.
«Un día hablando de la restauración con Felipe González, le comenté que la íbamos a hacer y me dijo: ‘Javier, los gobiernos pueden caer por muchas cosas, pero si no hacemos bien la restauración de Las Meninas, desde luego, nos vamos a casa. Así que, haz lo que debas hacer, pero hazlo con la seguridad de que va a salir bien. Y con ese sentimiento de responsabilidad nos metimos al lío», rememora el actual presidente del Real Patronato del Museo del Prado en una reciente intervención en la pinacoteca.
El estallido de la polémica
Enrique Quintana, coordinador jefe de Restauración y Documentación técnica del Museo del Prado presente en aquella restauración, recuerda que, efectivamente, la llegada de Brealey «fue una grandísima polémica en 1984» porque «Pérez Sánchez como director y Manuela Mena como subdirectora, deciden que el cuadro estaba muy sucio, ya que tenía un barniz oxidado por el paso del tiempo muy grueso que impedía ver los colores y el espacio ideado por Velázquez, y pensaron que había que traer al más prestigioso restaurador del mundo del momento en el panorama internacional de los museos. Y esta persona era John Brealey».
Aquella decisión del Museo del Prado suscitó una enorme controversia, sobre todo cuando se conoció que Brealey era inglés. «Se decía que no se podía tolerar que fuera un extranjero quien limpiara esta obra cumbre de la pintura española porque aquí ya había profesionales muy buenos para hacerlo», señala Quintana. Incluso, recuerda, todo el debate se coló en la prensa: «Es la primera vez que en todas las primeras páginas de los periódicos de toda España aparece una restauración. Y se decía: ¡Cómo es posible que un americano vaya a venir a limpiar esto!».
Y no sólo eso, Quintana comenta que desde la sala donde estaba Brealey trabajando se escuchaban gritos que procedían del exterior de algunas manifestaciones que se quejaban de la presencia del restaurador del Met de Nueva York y exigían verle. «Brealey se asustó porque no hablaba español, vino con una traductora, que era Isabel Aguirre, y tuvimos que salir por la Puerta de Murillo, que es la que da al Jardín Botánico, porque pensábamos que venían a lincharle. Él no sabía muy bien qué pasaba. Posiblemente no saber español le benefició porque le permitió aislarse, le quitó presión y eso es muy importante cuando estás restaurando una obra maestra», añade.
Confiesa, con Las Meninas de fondo y aún sin visitantes que las observen, que aquella polémica ya les parecía absurda en ese momento. Y es que, «como decía Pérez Sánchez», recuerda, «si tú tienes un familiar o un ser querido con un problema médico, vas a buscar al mejor especialista en el mundo y no vas a reparar en ningún tipo de nacionalidad. El arte no tiene pasaporte, y desde ese punto de vista, se trajo al mejor y al que podía garantizar mejor la conservación y la restauración de la obra, y él ya había hecho brillantísimas intervenciones».
En mayo de 1984 comienza la restauración
Ni el Ministerio de Cultura ni la dirección del Museo del Prado cedieron a la presión mediática. En mayo de 1984, Brealey llega a España y comienza la restauración de Las Meninas. «Él no cobró absolutamente nada. Toda la limpieza, trabajo y posterior exposición se financió con una donación de Hilly Mendelssohn, una señora judía sefardí que da al Museo del Prado tres millones de pesetas para hacer restauración de obras», apunta Quintana.
Brealey dio luz a Las Meninas logrando reducir de 70 a 10 o 15 micras el espesor de los barnices y dejando atrás esa imagen, algo amarillenta, para dar paso a espacios más limpios, donde los nacarados y los rojos anaranjados brillan con esplendor. Algo que podemos percibir, sobre todo, en el atuendo de la infanta Margarita, la figura que domina la escena, y la parte donde se ubica el perro, donde se recuperaron algunas pinceladas rojizas que dan armonía completa a la composición.
Valdés, Alberti y Buero Vallejo
«Recuerdo cómo eran Las Meninas cuando estaban sucias y todos los problemas que hubo con su restauración, ya que había personas que no eran partidarias de que se limpiaran, preferían que no se tocara. Yo, desde luego, fui partidario de la restauración en todo momento y mostré mi apoyo a favor», explica Manolo Valdés, el pintor y escultor fundador de Equipo Crónica afincado en Nueva York y uno de los mayores admiradores de Velázquez. Por ello, comenta el pintor, el Museo del Prado «tuvo la cortesía de invitarme a ver el proceso y la obra restaurada, y recuerdo que allí estaba Rafael Alberti, el poeta que apoyó la restauración y que se tomó también la licencia poética de escribir sobre las manchas grises del centro de la obra».
Y, efectivamente, allí estaba Alberti y también el escritor Antonio Buero Vallejo. Ambos intelectuales habían sido invitados a la Sala 85 por el propio Solana a ver el resultado de la restauración de Brealey. «Para mayor seguridad mía, busqué a alguna persona que estuviera viva y que hubiera visto Las Meninas antes de la Guerra Civil, y en la búsqueda encontré a dos personas: Buero Vallejo y Rafael Alberti. No quería que se abriera al público sin que ellos lo vieran y me dieran una impresión sobre el trabajo de restauración, así que les llamé y les conté todo el proceso».
Buero Vallejo y Alberti llegaron al Museo del Prado con la misión de poder ver la restauración y hacer un juicio del resultado. «Les dejamos solos con la obra y el impacto fue extraordinario. Alberti me dijo: ‘Esto es lo que son Las Meninas, esto es lo que yo había visto. Ese azul, ese rojo’. Y Buero Vallejo lo mismo, repetía que esto eran Las Meninas. Pues así me quedé tranquilo y muy feliz», relata Solana.
«Una vivencia extraordinaria»
La manera de trabajar de Brealey tuvo un impacto en la forma de trabajar del Museo del Prado que aún hoy perdura, brindó al grupo de jóvenes restauradores una nueva visión a la hora de enfrentarse a una obra de arte.
Quintana subraya que verle trabajar «fue una vivencia extraordinaria, fue muy valioso para todos poder aprender de él. Entendía que para restaurar una obra primero había que conocerla a fondo, entender cómo funcionaba para que todo, finalmente, estuviese en su sitio y funcionase como el pintor había ideado».
Solana y Quintana recuerdan ver a Brealey limpiando Las Meninas, dejando los algodones que usaba a la vista de todos para que se viera que todo lo que retiraba era suciedad y oxidación, no pintura del lienzo en ningún caso. «Todos tuvimos la oportunidad de verle limpiar, una limpieza general y no por ventanas o por cuadrícula, como se solía hacer. Comenzó por la parte derecha, la de las ventanas que dan luz a la estancia y de manera progresiva avanzó hasta la totalidad de la superficie. Y quedó así, tal como la vemos ahora, creo que todo el mundo puede juzgar la limpieza hecha hace 40 años, si viene y se queda unos minutos frente a Las Meninas», termina Quintana.
Reintegración del color
Tras aquella limpieza de Brealey, que duró como seis semanas, se desarrolló la fase de reintegración del color por parte del equipo del Museo del Prado. «Esa fase fue mucho más lenta», apunta Quintana. Este trabajo lo hicieron un grupo de jóvenes restauradoras Rocío Dávila, Maite Dávila y Clara Quintanilla; mientras que Quintana se encargaba de hacer un informe detallado del proceso, ya que al tener un brazo roto por un accidente de tráfico no pudo participar más activamente.
En un trabajo de restauración de una obra de arte, además, es imprescindible que los restauradores dispongan de la máxima información técnica del cuadro. Si hay repintes o no bajo la pintura original, si hay dibujos subyacentes, cómo está la imprimación, si hay o no daños visibles y no visibles, etc. Es decir, revelar lo que nuestros ojos con un sencillo vistazo no ven. Inmaculada Echeverría, responsable del Gabinete Técnico del Museo del Prado en 1984, junto al resto de sus compañeras –Juana Maria Navarro, Carmen Saldaña y Carmen Garrido– fue una de las personas que desarrollaron la documentación técnica de la intervención de Las Meninas.
«Antes de nuestro informe técnico, Brealey pudo disponer de unas radiografías anteriores hechas en los años 60 por un equipo del Museo de Estocolmo. Aunque nosotras continuamos con la documentación, que consistía en fotografías ultravioletas previas a la limpieza y a la restauración, y luego tras ella, hicimos un análisis de los pigmentos posteriores y anteriores, así como la primera reflectografía infrarroja para saber si existía un dibujo subyacente y ver la conservación de las telas, entre otras cosas», explica Echeverría.
Confiesa, no obstante, que encontraron la obra «en un estado de conservación maravilloso», algo usual en Velázquez, incide, ya que «su técnica es magnífica, tanto su imprimación como las capas de color». Por tanto, determina, «sólo tenía suciedad y algún daño en la mejilla de la infanta Margarita o en algunas zonas del fondo, a pesar de haber tenido una vida algo complicada».
Concluye que hacer la documentación de cualquier obra de Velázquez es estupendo, pero hacerlo de Las Meninas… «¡Imagínate!», exclama. «Las Meninas eran guapas y se han quedado perfectas, es una maravilla que 40 años después de la restauración estén casi casi como las pintó Velázquez», cierra Echeverría sonriente, mientras abandona la sala en compañía de Quintana. Dos amantes del arte, del Museo del Prado y del Real Madrid.